martes, 30 de marzo de 2010

La Guerrilla en el Pais Vasco (2)


Casa Cuartel de Urdax, en el Pirineo navarro, desde donde la Guardia Civil intentaba detener a los que traspasaban la frontera.
Mikel Rodriguez
Historia 16 nº 357, enero de 2006

Paco Pérez Lazarreta,

Memorias de un "Mugalari"*

A punto de finalizar la II Guerra Mundial el Gobierno vasco mantenía la esperanza de una pronta caída de Franco. Y, en previsión del cambio de régimen, había organizado una amplia red clandestina. En la Francia liberada, el lehendakari Aguirre consiguió que la OSS (1), los servicios secretos norteamericanos, entrenasen como comandos a una unidad vasca. Estos hombres serían el embrión de la futura Ertzaintza y, a su vez, instruirían a pequeños grupos en cada pueblo y barrio una vez retornasen triunfantes del exilio. Desde la primavera de 1945 la OSS entrenó a unos 120 vascos en el castillo Rothschild de Cernay-la-Ville, a 30 kilómetros de París. Posteriormente se obtuvo del gobierno francés el permiso para situar diversos grupos paramilitares en la frontera a condición de que no excediesen de los 50 miembros. Bajo la falsa cobertura de empresas forestales estos hombres se instalaron en Esterenzubi, Ainhoa, Banca e Irati.

En el interior, en 1943 se había formado Eusko Naia (Voluntad Vasca), grupo constituido por gudaris del PNV excarcelados. Todos firmaron el siguiente juramento: “Prometo estar dispuesto a pertenecer a la Organización cumpliendo con todas mis fuerzas y a guardar silencio absoluto, aunque tuviera que responder con la vida. En la misma forma prometo que no me empeñaré en saber detalles de la Organización, bastándome saber quién es mi inmediato superior (...) Si por algún motivo fuera separado de la Organización, prometo acatar sin discusión la medida tomada por mis superiores y a guardar secreto en detalles y personas de la misma hasta que en su día sea relevado de tal obligación por quien fue mi superior inmediato”. Unos 600 de estos juramentos se llevaron a Francia. La organización se mantuvo inactiva hasta que en noviembre de 1944 la Policía franquista cayó sobre ella debido a una lista incautada a un maquis comunista.

Además de en las Vascongadas y Navarra, en diversas regiones españolas se mantenía una organización clandestina. En Madrid actuaba un grupo dirigido por Joseba Rezola y en Barcelona otro bajo el mando de Txomin Letamendi y Sabin Barrena. Esta organización disponía de un importante respaldo internacional: Rezola llegó a trasladarse a Londres en un avión de la RAF para entrevistarse con los laboristas en el gobierno. Colaboraban estrechamente con las embajadas francesa, británica y norteamericana, que a veces les facilitaban vehículos oficiales y el uso de la valija diplomática. Esta red disponía de contactos en la Dirección General de Seguridad, ministerio de Asuntos Exteriores, prisiones, colonias y el Servicio de Documentación de El Pardo, el grupo de inteligencia dirigido por Carrero Blanco. Mantenían una actividad fundamentalmente política: su objetivo era poner en pie una alternativa al franquismo aceptable para los Aliados, que sólo entonces removerían al Caudillo. Para ello intentaban gestionar un gobierno provisional lo más amplio posible. Mantenían negociaciones con los republicanos, el PSOE, la CNT, militares y sectores monárquicos tanto de la rama carlista como alfonsina. La eficacia de esta operación exigía trasladar con fluidez informaciones y personas a través de la clausurada frontera francesa.

Figuras imprescindibles de aquellas redes, además de quienes las dirigían y de quienes recogían la información, eran los mugalaris (2). Uno de los pasadores más activos del aparato de fronteras fue nuestro protagonista,Paco Pérez Luzarreta. Veterano de la Segunda Guerra mundial, cruzó a personas muy conocidas, como la miembro del Comité Central del PSOE Carmen García Bloise, pero nunca se ha hablado de él. Probablemente porque no está afiliado y, al no vincularse su militancia antifascista a ningún partido, a nadie le interesa airear sus acciones. Sólo el artista Jorge Oteiza indagó en su vida, planeando el guión de una película que nunca escribió, uno más de sus mil proyectos abortados.

El músculo de las redes clandestinas: Paco Pérez Luzarreta

Francisco Pérez Luzarreta nació el 1 de agosto de 1922 en Jaurrieta, Navarra. Hijo de un carabinero y de una modista, sufrió en su niñez la Guerra Civil y le tocó estar en el bando de los perdedores. Exiliado en Poitiers tras la caída de Irún, recaló en Barcelona hasta el final de la contienda. En 1939 volvió a Irún con su madre y su hermana menor. Su padre y tres hermanos mayores estaban encarcelados, en campos de concentración franceses o movilizados en Marruecos. Fue una época de represalias, calamidades y desesperación. En 1943, aprovechando un permiso, desertó del servicio militar y pasó con dos compañeros a Francia. Reclutado por los alemanes en Bayona para construir las fortificaciones del Muro Atlántico, huyó y se lanzó a la clandestinidad. En el invierno de 1944-45 ingresó en la unidad de exiliados vascos del Ejército francés, el Batallón Gernika, donde sirvió como cabo primero (3) durante los combates de la Pointe-de-Grave.

En mayo de 1945 Paco estuvo entre los escogidos para recibir una instrucción de elite en el castillo Rothschild, un enorme palacio rodeado de jardines, bosques y hasta un lago. Los servicios secretos estadounidenses proporcionaron el material y los mejores instructores, entre ellos el coronel Fairbanks, considerado la primera autoridad occidental en artes marciales. Bajo las órdenes del comandante Warner, de la OSS, aprendieron cartografía, el manejo de todo tipo de armas de fuego y explosivos y técnicas de combate. Entre ellas algunas de lo más novedoso, como el jiu-jitsu y el judo. Tenían terminantemente prohibido salir del recinto del castillo o comunicar por carta donde se hallaban. Los ejercicios físicos les ocupaban la mayor parte del día, con carreras, salto, natación, remo, combate cuerpo a cuerpo, corte de alambradas y flanqueo de todo tipo de obstáculos.

El 8 de julio de 1945 los norteamericanos les comunicaron que la unidad se disolvía. No les dieron explicaciones a título oficial. Incluso les ordenaron quemar los uniformes en el patio del castillo para evitar pruebas incriminatorias de la operación.

Paco no se conformó y decidió seguir en la lucha antifascista. Como ingresar en el maquis comunista no le convencía, ni por ideología ni por métodos, se dedicó a pasar informaciones y personas por la clausurada frontera.

Su testimonio, 60 años después

Paco conoce sólo parte de la verdad, porque en su labor lo mejor era ignorar los nombres y el transfondo de las operaciones. Si no, quizá hubiera abandonado, asqueado, sus arriesgadas misiones. A modo de ejemplo, él recuerda el frustrado paso de unos políticos a los que detuvieron en una isleta en medio del río Bidasoa. No conoce el final de la historia. Se trataba de dos socialistas que iban a contactar con la oposición monárquica en Madrid. En la Delegación del Gobierno vasco de Hendaya la noticia cayó como un rayo. ¡Había tantas esperanzas puestas en esas negociaciones, que se consideraban esenciales para lograr la caída de Franco! Pues resultó que ambos aparecieron indemnes al día siguiente en Francia. Ni el coronel Ibáñez de Opacua ni el general Yagüe, los jefes militares con jurisdicción en la zona, permitieron que los interrogasen en Madrid, no fuese que sus nombres salieran a relucir. Para un mugalari, mejor no saberse peón de juegos ambiguos donde la peligrosa línea entre aliados y enemigos permanece invisible.

Éstos son sus recuerdos, los recuerdos del músculo de la clandestinidad: Dicen que la cabra tira para el monte y, como buen montañero, de Jaurrieta, siempre me ha gustado andar por la montaña. Después del entrenamiento de alto nivel que nos habían dado los americanos en Rothschild, me consideraba un Tarzán y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa. ¡Me creía muy poderoso y luego resulta que no he sido nada! Pero, con veinte años, te comías el mundo y te creías más fuerte de lo que eras. Por lo menos, he tenido agallas para combatir.

Nunca he estado afiliado a ningún partido pero, como solía andar con Carlos Inchausti, que había sido teniente de alcalde de Ormaiztegi con el PSOE, pues me adjudicaban esa ideología. Tras la desmovilización, estaba hospedado en el Hotel Sudamericano, cerca de la estación de Hendaya. El dueño era un indiano de estos que había hecho mucho dinero. Enfermó y necesitaba transfusiones de sangre y como yo le di toda la que pude, me tenían cuidado como un Dios. Comencé a trabajar en la fábrica de armas. El dueño se llamaba Uría, era nacionalista, como en general la parte rica de la región. Yo era muy amigo de sus hijos y tenía la posibilidad de faltar algunos días al trabajo, me daba esa libertad.

Como en Irún escaseaba de todo, la familia carecía de lo más elemental, pasé una noche con pan blanco y las cosas que se echaban en falta y una radio que les cogí a los alemanes en la batalla de la Pointe-de-Grave. Y después, conocedor de la frontera y buen nadador, pasaba cuando quería. Entonces me dijeron del Gobierno vasco que hiciese funciones de paso de fronteras. Yo les respondí que sí y que no quería cobrar. No cobraba un céntimo, por amor al arte, a diferencia de los contrabandistas que, además, en algún caso mataron al que pasaban. En esta zona de Irún-Hendaya, pasadores que lo hiciesen sin ningún interés económico, había muy pocos. Casi todos eran contrabandistas. Yo había ido a la guerra con una rabia increíble para acabar con las dictaduras. Estábamos impacientes esperando el momento en que Franco se fuese. Nuestra aspiración era volver con la cabeza muy alta, como nos habían dicho los americanos en Rothschild, como los defensores del orden público de Euskadi. Y los americanos nos paraban, haciéndonos ver que si actuábamos habría represalias, víctimas...

Mi primera misión fue enlazar con un cargo del PSOE en San Sebastián, un tal Mediavilla, para darle instrucciones y avisos. Tras eso me encargaron traer personas que se sabía que estaban en peligro. El primero fue un hombre que estaba en Bilbao, en la clandestinidad desde la ocupación de la ciudad hacía 8 años, que no se había podido ni empadronar. A aquél si lo cogen, le hacen picadillo. Luego a un dirigente de Eibar, Mendiola, que estaba muy perseguido y le hacían la vida imposible. Casi se ahoga al cruzar el río y tuve que hacerle el boca a boca en una isleta, en plena noche. Estos arreglos los hacíamos en la casa del comandante Ordoki (4). También iba a la Delegación del Gobierno vasco en Bayona y París. En París iba al piso de Marceau (5), cerca de Notre-Dame, porque el otro piso que tenían era para los norteamericanos (6). Cuando iba aprovechaba para traer ropa y dinero que venían donados de América para los excombatientes. Pero mis contactos siempre han sido con gente bragada, los que daban el callo, no sé qué pasaba dentro de las oficinas. Carlos Iguiñiz se ocupaba de estas cuestiones y Rufino Pastor también. Pero yo trataba principalmente con Ordoki.

Para moverme en el interior me facilitó mucho las cosas un tal Juanito Arroyo, que estaba de Jefe de Abastos en San Sebastián. Éste me proporcionaba el famoso pase de “Zona Impermeabilizada” con el que te podías mover por la frontera. Y en caso de apuro, podía ir a las cocheras de la comisaría de Abastos en Sagües y camuflarme allí como si fuese un trabajador más.

Hice muchísimos viajes durante casi tres años, algunas semanas pasaba varias veces. Por lo general cruzaba por un vado cerca de la Fábrica de Cerillas de Irún. Como pasaba a nado en pleno invierno, luego no podía ni enderezar los dedos. Conseguí un traje contra la yperita, que era impermeable, y con eso pasaba mejor. Luego lo dejaba escondido en la ribera o lo metía en un hatillo. Si el río venía crecido, me subía en marcha al tren, me escondía en el lavabo y bajaba en marcha en España. La mayoría de los viajes eran con instrucciones para Mediavilla, con quien quedaba en la estación del “topo” de San Sebastián.

Pasar, he pasado a más de 50 personas, aunque eso era lo que menos me gustaba. Pero se trataba de casos graves que había que solucionar. Yo prefería ir sólo con la información, porque no me gustaba comprometer a nadie ni que nadie me comprometiese a mí. A las personas las recogía generalmente por Irún o San Sebastián, pero a veces me desplazaba hasta Bilbao o Eibar. Lo primero, les hacía algunas recomendaciones: «Ante todo, lo esencial es estar tranquilo, porque perder los papeles, el pánico, es lo más peligroso. Hay que ir en fila, a cierta distancia unos de otros. Y en el agua, ¿qué tal nos desenvolvemos?». Porque, aunque les llevaba por un vado, el río a veces venía crecido. Los hombres y las mujeres responden por igual, el problema es la gente mayor y yo intentaba no traer a personas mayores de 40 años, porque con quien vas tiene que responder parecido que tú mismo.

Más que la vigilancia, los problemas y los peligros te los provocaban la gente que pasabas. Una noche, pasando a uno de Tolosa, Leontxo González, en un cortado, yo salté, pero él se cayó. “¡Que me he roto una pierna y no me puedo mover!”. ¡Y se rompió una pierna! ¡Estábamos a 8 kilómetros de Irún, pesaba más que yo y lo tuve que traer a hombros! Lo metí en casa de mis padres y a los dos días lo llevé a Urnieta. Este Leontxo pasaba por razones políticas, pero también porque tenía una esposa muy especial y quería rehacer su vida en Francia. De no salir se ponía nervioso y me dijo que no aguantaba más, que lo llevara a dar una vuelta a San Sebastián. Allí, en el barrio de Sagües, mira para atrás y ve que lo siguen dos policías. Le dije: “Estos a mí no me conocen. Separémonos e intenta librarte de ellos”. Me largué y me escondí en las cocheras de Abastos. De allí vi como lo detenían y en el interrogatorio en comisaría le sacaron mi nombre y luego le llevaron a la prisión de Ondarreta.

Como me tenían muy fichado, me comenzaron a buscar. Yo estaba en una pensión de San Sebastián, que no era un lugar seguro, pero no quería cruzar la frontera en ese momento porque estaría más vigilada que nunca. Así que pensé que al enemigo le despistas más si apareces en su retaguardia. En lugar de pasar a Francia, a la mañana siguiente fui a sacarme el pase para visitar a los presos y me presenté en la cárcel, haciéndome pasar por el primo de Leontxo. ¡Cómo se quedó al verme! Y él, “que me fuera enseguida” y yo, “tranquilo, que este es el mejor sitio para estar hoy”.

En una ocasión traía dos señores de Bilbao. Eran de cierta edad, con unos negocios fabulosos, creo que relacionados con la naviera Sota. Éstos tenían algo que ver con la oposición monárquica. No les veía capaces de pasar por donde yo iba, así que les dije: «Hoy vamos a cruzar por un sitio insólito, que nadie supone que se pueda hacer». En el Puente Internacional, por donde están las vías, estaban aún las alambradas alemanas. Corté los alambres con una herramienta que traje del hotel y les dije que hicieran igual que yo. Yo, que rastreaba como la culebra más espabilada, me metí en el hueco entre la vía y el machón del puente. Sentía cómo venían detrás de mí. Al llegar a la estación del “topo” me levanté, con la marquesina detrás, para que ocultase mi silueta. ¡Y van ellos y se levantan también, pero antes de llegar a la marquesina! Había el reflejo de la luna y los guardias los vieron: “¡Alto!”. Y les agarraron allí a los dos. ¡Me cagüen diez! ¡Estos chocholos...!

Una vez que todo pudo acabar mal fue pasando a dos políticos de Francia a España. Cruzamos uno de los brazos del Bidasoa, estábamos en el medio, en el barro de una isleta y, cuando íbamos a pasar el último tramo, salieron dos guardias civiles: «¡Alto o disparamos!». Yo, que siempre tenía la precaución de mancharme la cara de barro, que es lo que más se ve de noche, les dije que se volvieran, que no se iban a atrever a disparar hacia Francia, pero ellos se pasaron a donde los guardias, que los detuvieron. Yo me volví atrás.

La vez que más pasé fueron 13, 8 hombres y 5 mujeres. Algunos perseguidos políticos y otros por causas económicas. Organizar aquello fue un calvario. Vine con ellos a la estación de Irún y les di instrucciones de cómo proceder. Fuimos hasta la subida al monte San Marcial y los camuflé entre los árboles. Entré en mi casa y cogí una cuerda. De noche los puse en marcha y los llevé hasta Lunda, a dos kilómetros de Behobia. Allí hay dos campos separados por un seto y era por donde me gustaba bajar porque, cuando pasaba un coche, con los faros veías dónde estaban los guardias civiles de la carretera. Llegamos a la orilla del río, los dejé escondidos en un cañaveral, até la cuerda y crucé el río. Até el cabo en el otro lado y les dije: “Ahora, a desnudarse, y hacer un hatillo con la ropa para pasar”. Cruzaron, pero como éste es el país de la bulla y no sabemos estar callados, hicieron mucho ruido y aparecieron un par de gendarmes. Yo me escapé hacia Hendaya y debajo de Biriatou, una amiga, una tal Escola, me escondió en el pajar. Al día siguiente su hijo me trajo una bici para no parecer sospechoso y salí como un trabajador más.

Hubo un caso trágico de un chico que se nos sumó y murió ahogado. Era un chico joven, hijo de un médico de Bilbao. Estaba escondido en un regato del Bidasoa, vio una noche como pasaba a uno y me pidió si le podía ayudar. La verdad es que recoger en el camino a un desconocido era algo expuesto, porque podía ser uno que quisiera infiltrarse. Pero eso creo que es algo que se nota a la primera palabra. Le dije que sí, pero si sabía nadar, porque había riada. “Bueno, algo...”. ¿Algo? Entramos en el río y en el último tramo, que es donde el agua llevaba más fuerza, la corriente lo arrastró. Aquel chico apareció ahogado y la policía de aquí culpaba a un contrabandista de raza, un tal Iguíñiz. Le detuvieron en Francia y le acusaban de asesinato. Tuveque ir a la Gendarmería para aclarar la situación.

Los jefes de la frontera eran Ibáñez de Opácua y Ortega. Ibáñez intentaba no meterse en complicaciones, aunque era peor persona que Ortega. Luego había oficiales del ejército que eran para dar de comer aparte. Había un oficial al que se temía mucho, el capitán Serrador. Ése enseguida te quitaba de en medio. Iba buscando a los que pasaban para ver si podía acribillarlos a tiros. Eso le pasó a un tal Etxegarai, en Lunda. Lo mataron fríamente. Por eso mi pobre madre sufría cantidad. Cuando oía tiros pensaba: «¡Ya andará Paco por ahí!». La Policía sabía de todas mis andanzas, porque se pasaban los chivatazos de un lado a otro de la frontera. Se intercambiaban la información, eran unos canallas en ambos lados.

Los soldados de reemplazo, como no fuese por una cosa de nervios, no tiraban. Pero la Guardia Civil, sí. A mí me han disparado a bocajarro. Una vez iba solo, bajaba de Lunda por los setos que hacían la divisoria del campo. Calculé mal y veo de repente un par de bultos. ¡Que sé yo los tiros que me dispararon aquel día! Corrí a toda leche y le enseño a cualquiera los sitios por los que corrí en tan poco tiempo y me diría que es imposible. Pero cuando hay peligro, duplicas tu energía. No me acertaron y llegué al monte San Marcial. Traía la boca llena de espuma de lo que había corrido. Vi una manzana en el suelo y me agaché a cogerla para darle un mordisco y refrescarme la boca. ¡Y al levantar la cabeza veo dos tricornios entre los maíces! Si no es por la manzana, me acribillan aquel día. Fue la única vez que me tiraron de cerca.

Las detenciones

Me detuvieron dos veces. Una vez en el puesto fronterizo de Dancharinea, con una mujer y su hija, que tenían el esposo en Francia. El brigada de la Guardia Civil empezó a sospechar y me dijo: «¿Usted quién es?». No le convencí y ya me soltó: «Yo me he especializado en perseguir bandoleros». Uy, la hostia. Enfrente estaba la Policía y les llamó: «Este sujeto me parece que no es trigo limpio, me parece un pájaro de cuenta». Me metieron en el cuartucho que hacía de comisaría. Me pidieron la documentación, les enseñé el pase y me dijeron: «Esto está falsificado. Quédese ahí, siéntese si quiere, que vamos a llamar a la Guardia Civil de Urdax». No me fiaba de los de Urdax, ésos me conocían bien y podían pegarme un tiro. Pensé: «Paco, tienes que salir de aquí como sea, como sea». Era una pareja de policías bastante enclenques y yo tenía mucha capacidad, tanto ofensiva como defensiva, para solucionar un problema fácil con dos personas, por las artes marciales que nos habían enseñado los americanos. Pero yo soy de los que piensan que, en cuestiones de sangre, sólo hay que llegar en última instancia. Les dije que, si tenía que esperar, que quería hacer pis. En el retrete había una ventana alta, pegué un salto que no hay gato que lo haga y caí sobre unas barricas. Un salto más y entré en una taberna de la parte francesa. Allí, con el corazón desbocado, me tomé una copa. Cerca había un grupo del Gobierno vasco, en Ainhoa, y decidí ir para allí. Pero al salir, en el puentecito, saqué un pañuelo y me despedí con cachondeo de la Policía española y seguí por la carretera.

No había hecho un kilómetro cuando llegó un coche de la Gendarmería: «Entre usted. Nos acompaña». Tuve que volver al puesto del lado francés: «Nos dicen que es usted un criminal peligroso y que se lo entreguemos». Les respondí que lo intentasen, pero que no sabía si saldríamos alguno vivo de allí. Como vi que dudaban con aquellas palabras, les pedí que me dejasen llamar a la Delegación del Gobierno vasco en Bayona, que allí aclararían quién era y qué hacía. También les dije que sólo eran unos antiguos colaboradores de los alemanes que ahora se llamaban “orden público”. Me llevaron a Espelette y lo mismo. Allí le dije al jefe de nuevo que eran unos emboscados, que no habían hecho nada por la patria, que nosotros nos la habíamos jugado y que seguíamos haciéndolo. Y ellos, zancadilleándonos y poniendo inconvenientes en lugar de ayudar. Al final me llevaron dos gendarmes a la Brigada Especial de Bayona. ¡Y el jefe les puso...! Les dijo lo mismo que yo: «¡Este chico se está jugando la vida y hay que ayudarle!».

Cuando me cogieron la última vez, fue por un chivatazo. Era finales de 1948 y veníamos cinco por el monte. Yo llevaba también documentos que me dio Mediavilla. Al llegar un poco antes del pueblo de Lesaca, vimos la maniobra de un casero que iba por un sendero hacia el pueblo. Allí avisó que había cinco individuos que podían ser maquis. Movilizaron las fuerzas militares del alto de Ibardin. No solía utilizar ese paso, sólo lo hice tres veces, aunque normalmente hubiésemos pasado antes de que se desplegasen los soldados. Pero uno del grupo tenía asma, se quedaba descolgado y nos retrasaba. Cerca de Vera del Bidasoa nos salieron al paso encima de Endarlaza. Íbamos por el sendero, junto a unas viejas minas, y vi el apagallamas de un fusil ametrallador y un soldado que hacía el gesto de tirar una granada. Dije: «¡Alto, vamos desarmados, vamos a trabajar a Francia, no somos guerrilleros, no traemos armas ni intención de haceros nada!». Y pensando en el de la granada: «¡Cuidado con la granada, no vayamos a volar todos!». Nos salvó que eran cuatro soldados, porque la Guardia Civil habría disparado sin preguntar. Dos del grupo venían retrasados. El del asma llegó hasta la frontera y se sentó en el mojón. Allí lo encontró una patrulla. Le preguntaron qué hacía allí y les dijo que era pastor, que por allí tenía el rebaño. Era tan absurdo que se hubiera parado justo en la raya que lo creyeron y pudo escapar.

Por la noche, fingiéndonos dormidos, consulté a los dos compañeros si tenían ánimo para escapar. Ellos se acobardaron y dijeron que no merecía la pena jugarse la piel. Para quitarme responsabilidades, hice un agujero con las uñas y enterré la cartera con los papeles de Mediavilla. Como eran soldados, no nos habían registrado. Primero me llevaron al barracón de los militares en Ibardin. Y luego a la comisaria de Vera. Después me llevaron a la comisaría de la Avenida de Navarra de Irún y me metieron en una celda de un metro cuadrado, del tipo que utilizaba la Gestapo, llena de humedad. Me sacaban todas las noches y me interrogaban el comisario Melitón Manzanas (7), Bazán y un comisario en jefe que vino de San Sebastián. Yo me temía que, como sacasen todo lo que les había perjudicado, en el mejor de los casos me iba a pasar en la cárcel muchos años.

Estuvieron interrogándome quince días, preguntándome por las rutas por las que metía las armas y la propaganda. Todo el día en el cuartucho y me sacaban a la noche para interrogar. Manzanas me decía que era el individuo más cínico que había pasado por allí, que qué cara tenía. Me dijeron que si ellos alguna vez habían utilizado la violencia, había sido por culpa del prisionero, que les había intentado quitar la pistola. No me tocaron e incluso Manzanas me dijo: «¡Ya lo tendrás en cuenta, cuando salgas de aquí y hables con tus acólitos, el trato que te hemos dado!». Se comportaban así porque a finales del 48 el Régimen hacía aguas y éstos no las tenían todas consigo. Les daba un miedo horroroso el futuro, veían que la gente pronto les iba a escupir en la cara o pegarles un tiro. Me cogen los mismos cinco años antes o cinco años después y no lo cuento. Después de los interrogatorios me tuvieron cuatro meses encerrado en Ondarreta.

Al final sólo me cayó una libertad vigilada por cinco años, por paso ilegal de fronteras, con orden de confinamiento en Barcelona. No hubo orden de cárcel, ni Cristo se ocupó de pedirme cuentas. Incluso se olvidaron de que era desertor del Ejército franquista. Sólo cumplí dos años de confinamiento, porque me quitaron un riñón, pensé que iba a morir y me vine con mi familia a Irún. Le conté mi caso al comisario, un tal Carretero. Le dije que había roto la orden de confinamiento, que hiciese lo que quisiera, pero que de aquí no me movía. Miró el expediente y me dijo: “¡Menudo pájaro! ¿Ha hecho usted solo todo esto? En fin, como le han quitado un riñón y está recién operado, puede quedarse”. Y, a partir de ahí, ya llevé una vida más “normal”.

*Mugalari es una expresión en euskera que designa a una persona que ayuda a cruzar la frontera entre España y Francia a otra u otras que están siendo perseguidas por motivos políticos. "Muga" es "frontera" en vasco, es decir que el término indicaría a aquel que vive en zona fronteriza, y por extensión a los contrabandistas, cuyas actividades de tráfico de perseguidos políticos fueron muy frecuentes durante la Guerra Civil Española y en la Segunda Guerra Mundial, donde se destaca su colaboración en bando aliado, y finalmente en la lucha contra el Franquismo.

Notas:

  1. La Office Strategic Services (OSS) eran los servicios de espionaje norteamericanos organizados por el coronel Donovan a petición del presidente Roosevelt. En 1947 se convirtieron en la CIA.
  2. Mugalari es el término en euskara para aquél que pasa la frontera de forma ilegal, con contrabando, personas o información. En muchos municipios de Guipúzcoa y Navarra ha sido la dedicación tradicional.
  3. Respecto a sus andanzas durante la contienda, ver MIKEL RODRÍGUEZ Memoria de los vascos en la II Guerra Mundial, Pamiela, Pamplona, 2002.
  4. Pedro Ordoki, también irunés, militante de Acción Nacionalista Vasca, había sido el comandante de Francisco Pérez Luzarreta en el Batallón Gernika durante la II Guerra Mundial.
  5. La sede del Gobierno vasco en la avenida Marceau fue entregada por los jueces en 1951 al Estado español y es hoy la sede del Instituto Cervantes en París.
  6. Se trata del piso en el nº5 de la calle Quentin Brouchard donde tenían su sede los servicios de espionaje del Gobierno vasco.
  7. El comisario Melitón Manzanas González, nacido en Irún en 1910, fue muerto el 2 de agosto de 1968 por ETA cuando mandaba la Brigada Político-Social de San Sebastián.


La línea de la salvación
La Red Comète de Pirineos salvó a 228 personas durante la II Guerra Mundial.

Pugna quin percutias. Lucha sin armas. Ése fue el santo y seña de la Red Comète que entre 1941 y 1944, en pleno apogeo de la contienda que resquebrajó el orden mundial, actuó a salto de mata entre Hegoalde e Iparralde poniendo a salvo a centenares de aviadores atrapados en territorio enemigo. Suyas fueron algunas de las gestas más épicas de la resistencia antinazi en la Europa ocupada y, por ese motivo, la Sociedad en Memoria de las Líneas de Escape (ELMS) recordará este fin de semana a todos aquellos que ayudaron a cruzar el río Bidasoa a 228 personas y mostrarles el camino de vuelta a su país de origen para seguir combatiendo o, simplemente, para vivir.

A esta conmemoración, que cumple su vigésima edición, acudirán, como en años anteriores, una representación de los antiguos aviadores compuesto por familiares y amigos que realizarán a pie las dos etapas que separan el cementerio de Sokoa (Ziburu), punto en el que se agrupaban para comenzar su camino hacia la salvación, de Oiartzun, desde donde desplegaban sus alas hacia Gibraltar. "De la veintena de redes que operaban en toda Europa, la de Pirineos es la que mayor número de gente atrae a este tipo de acontecimientos", explica Joe Lineham, representante en Euskal Herria de la ELMS.

De hecho, es habitual que ciudadanos canadienses, belgas, estadounidenses e, incluso, australianos se acerquen estos días a tierras vascas con el sano propósito de homenajear a personas como Florentino Goikoetxea, refugiado republicano en Francia y reputado mugalari hernaniarra [fallecido en el año 1980] que compartió noches al raso con uniformes deslucidos y miradas lo suficientemente elocuentes como para evitar las palabras.
Florentino Goikoetxea en el acto en el que le fue impuesta la “Legión de Honor”, en Biarritz, el 2 de junio de 1977, rodeado de algunos pilotos australianos y canadienses liberados en la Segunda Guerra Mundial.

Su destreza para cruzar el Bidasoa le valió años después el reconocimiento de varios países; una admiración que este fin de semana revivirá un nuevo episodio en el que también se recordará a otros vascos que colaboraron, con mayor o menor suerte, en trazar aquella línea de la salvación.

Y es que durante los años de actividad clandestina tres ciudadanos vascos donaron su último aliento a la causa: Frantxia Usandizaga, vecina de Urrugne; Alejandro Elizalde, natural de Elizondo; y Manuel Larburu, de Hernani. De hecho, hoy sábado los marchistas visitarán el caserío Bidegain-Berri, donde precisamente fue detenida Usandizaga junto al hermano de Manuel y Andrée de Jongh (alias Dedée), enfermera belga que fundó la Red Comète.

Desde Sokoa hasta San Miguel
Será desde este punto, en el lado norte del Bidasoa, cuando las decenas de participantes en esta pseudohuída badeen el río, a la altura de San Miguel, emulando a todos aquellos fugitivos. Previamente, depositarán flores en la tumba del intrépido mugalari hernaniarra, enterrado en Urrugne.

"Son algunos de los momentos más emotivos de esta iniciativa, pero también algunos de los más solemnes. Se realizan ofrendas florales en memoria de los combatientes muertos, con una multitudinaria presencia de espectadores de carácter internacional", apostilla Juan Carlos Jiménez, otra de las caras visibles de la Sociedad en Memoria de las Líneas de Escape.
En la jornada de mañana se hará un alto en el caserío Sarobe, otro de los puntos clave en la historia menos conocida de la II Guerra Mundial. "Allí haremos un descanso y un almuerzo", relata Lineham. Desde ahí caminarán por el bidegorri hasta Pasai San Pedro, tras pasar por Errenteria, Lezo y Pasai San Juan. No serán aquellas caminatas de ocho y nueve horas, pero los peregrinos de la libertad tendrán que afrontar un par de duras etapas en ambas jornadas.

La importancia del Sarobe, donde vivía la familia Iriarte Berasategi, reside en que se convirtió durante esos años en un territorio libre donde los escapistas aprovechaban para reponer las maltrechas fuerzas y, además, enfundarse unas alpargatas nuevas destrozadas a esas alturas de la marcha. "Para ello debían comprar muchos pares, cosa que los del Sarobe hacían por diferentes tiendas con el fin de no llamar la atención", ilustraba Jiménez.

El lunes 14, último día de esta vigésima edición de la travesía tendrá su epicentro en Hernani, donde se rendirá otro sentido homenaje a Florentino Goikoetxea y otros mugalaris que escribieron parte de una narración épica poco conocida. Por ese motivo, los simpatizantes de la ELMS en Euskal Herria visitarán una ikastola en Donostia. "Los veteranos -responde Joe Lineham- hablarán con los estudiantes" con el propósito de familiarizarles con un pedazo de la historia mundial en el que un grupo de ciudadanos de Euskal Herria tuvo una implicación vital.

"Cualquiera que quiera participar en esta marcha en homenaje a aquellos que desde diferentes horizontes y nacionalidades participaron en el combate contra el nazi-fascismo", apuntan Lineham y Jiménez, pueden hacerlo todavía a través de la dirección de correo electrónico wordlan@euskalnet.net. Como en otros años, esperan la complicidad de decenas de personas.

Los caseríos Sarobe y Bidegain-Berri eran puntos clave del plan de escape elaborado por la Red Comète

La anécdota en Buckingham Palace
El negocio de la vida. Cuentan las crónicas que, una vez finalizada la contienda, el rey Jorge VI quiso reconocer el esfuerzo de Florentino Goikoetxea y le impuso una medalla por su coraje. En ese momento, el alto dignatario británico preguntó al hernaniarra por su voluntariosa dedicación y éste le respondió, con socarronería: "Estoy en el negocio de importar y exportar".

La cifra: 228
Aviadores que pasaron la muga. Entre 1941 y 1944 la Red Comète vasca logró salvar la vida a 228 aviadores. El primer año fueron 36; el segundo casi el doble, 76; y el último, 176.

Andrée de Jongh (Schaerbeek, Bélgica, 1916) tuvo una de esas vidas que obligan a aclarar que se trata de hechos reales, para que nadie pueda tacharla de inverosímil. Su madre, Edith Cavell, que era enfermera, fue condenada a muerte por un tribunal alemán, por ayudar a escapar soldados británicos durante la I Guerra Mundial. Su padre, Frédéric de Jongh, maestro de escuela, también integró en la resistencia, fue capturado por la Gestapo en París y fusilado. Conocida por todos como Dédée, inasequible al desaliento, De Jongh organizó la Red Comète, que había ideado junto a su padre, y la puso en práctica hasta que fue detenida en enero de 1944. Los nazis nunca sospecharon que Dédée fuera la líder de la red, lo que probablemente le mantuvo con vida, pero no le libró de la prisión de Fresnes y una durísima estancia en el campo de concentración de Ravensbrück. Cuando fue liberada por las tropas soviéticas en abril de 1945, su estado de la guerra era muy débil. En cuanto se repuso se desplazó al Congo Belga y Etiopía a trabajar como enfermera. Vivió sus últimos años en Bruselas. Murió en 2007 a los 91 años.

Juan Carlos Jiménez de Aberasturi Corta

De Bruselas a Londres, pasando por Oiartzun y Rentería:

El itinerario de la red Comète

El 1 de septiembre de 1939 estallaba oficialmente la II Guerra Mundial. Meses después, los nazis comenzaban una fulminante ofensiva que en unas pocas semanas acabaría –en junio de 1940- con la rendición de los principales países europeos, incluida Francia, cuyo Ejército se consideraba en aquel entonces invencible. En virtud de las cláusulas del armisticio el país vecino quedaba dividido en dos por una frontera interior conocida con el nombre de “línea de demarcación”. Por un lado quedaba la “zona ocupada” bajo la dictadura del General Pètain con sede en Vichy, por la otra la “zona ocupada” bajo control de las autoridades militares alemanas. Esta “línea” que será cuidadosamente vigilada por los nazis, partiendo de Arneguy, subía hacia Saint-Jean-de-Pied-de-Port y Maulèon para salir a Salies de Béam, dividiendo en dos Zuberoa, continuando luego hasta cerca de la frontera suiza.

Con motivo del gran éxodo de población que produjo la ofensiva nazi de mayo de 1940, un grupo de belgas que venían huyendo desde su país terminó por instalarse en la zona de Bayona-Anglet-Biarritz (el B.A.B.). Entre ellos se encuentra el matrimonio De Greef compuesto por Fernand, su esposa Elvire y sus hijos Freddy y Janine. El padre se coloca en el Ayuntamiento de Anglet como intérprete de alemán ante las autoridades alemanas de ocupación. Casi al mismo tiempo, en Bruselas, una joven de 24 años Andrée de Jongh entra a formar parte de los primeros círculos de la resistencia contra el invasor que comienza a surgir de manera espontánea. Una de las primeras tareas a la que deben hacer frente es la de ayudar a los numerosos soldados y oficiales del cuerpo expedicionario británico que han quedado escondidos en Bélgica después de la ocupación nazi por no haber podido seguir la retirada de sus ejércitos hasta Dunquerque donde, como es sabido, la mayor parte pudo embarcar y ponerse a salvo en Inglaterra.

Ante lo difícil de la situación Andrée de Jongh, que será conocida en la clandestinidad cono “Dédée”, piensa junto con su amigo y compañero Arnokl Deppé, que lo que hay que hacer es conducir a los fugitivos hasta las líneas aliadas haciéndoles llegar a Gibraltar desde donde podrán volver a Gran Bretaña. Para ello es necesario hacerles pasar a la España franquista, país “no-beligerante” oficialmente, pero partidario de los nazis a los que ayuda activamente.

Deppé, que ha trabajado algunos años antes de la guerra en Bayona y su región, marcha al Pais Vasco francés y allí entra en contacto con los De Greef que se muestran de acuerdo en participar en la evacuación de fugitivos de la Europa ocupada. Enseguida organizan su primer viaje, con 11 fugitivos, a los que acompaña “Dédée”, junto con el contrabandista de Hernani Tomás Aracama que tiene un garaje en la calle Aguirre Miramón de la capital donostiarra y que está también de acuerdo en participar en la aventura.

Sin embargo, todo no está a punto todavía. Una vez pasados los fugitivos, caen en manos de la Guardia Civil y son devueltos a los alemanes de la Francia ocupada o enviados al campo de concentración de Miranda de Ebro. Para evitar esto, “Dédée” decide entrar en contacto con los británicos y, de esta manera, en uno de los primeros viajes que realiza, y acompañada de Aracama, marcha a Bilbao. Allí, acude al Consulado británico donde mantiene una serie de conversaciones con los representantes de los servicios de inteligencia el -MI-9- con los que llega a un acuerdo. La organización se mantendrá independiente pero recibirá ayuda británica para sufragar los gastos de funcionamiento, pagar a los guías, alimentos, alojamientos, desplazamientos, etc. La única condición será que “Comète” deberá evacuar prioritariamente aviadores aliados derribados sobre la Europa ocupada cuando efectúan sus incursiones sobre Alemania. Estas operaciones aéreas aumentan considerablemente a partir de 1942 y con ello los aviadores derribados que, escondidos primero en casas de confianza en Bélgica y Francia, deberán ser conducidos hasta San Juan de Luz para pasar la muga.

Tras la entrevista de “Dédée” con los británicos, en el Consulado de Bilbao, en agosto de 1941, la línea se organiza ya definitivamente y comienza a trabajar pleno rendimiento. Los pasos se multiplican. Los fugitivos, una vez llegados a San Sebastián se esconden en casa de Aracama, en la calle Aguirre Miramón. Este avisa al Vice-Consul belga en la capital donostiarra. D. Luis Lizarosturri, o al de Gran Bretaña, Goodman, que se encarga de ponerlo en conocimiento de los servicios aliados desde Madrid a recoger a los aviadores a los que, en coches diplomáticos, conducen hasta Gibraltar.

Florentino Goikoetxea

Una pieza clave en el buen funcionamiento de la red es el nuevo mugalari que Aracama ha buscado para organizar los pasos de la muga. Se trata de Florentino Goikoetxea, del caserío Altzueta de Hernani, que vive refugiado en Francia desde la guerra civil, dedicándose al contrabando.

Una vez que los aviadores han llegado hasta San Juan de Luz después de mil peripecias y tras pasar numerosos controles desde su lugar de origen, generalmente Bélgica como ya se ha dicho, son concentrados en Ciboure, en casa de Kattalin Aguirre, otra colaboradora de “Comète”. Desde allí, de noche, marchan a Urrugne, al caserío “Bidegain-Berri”, donde se preparan para el paso. De aquí, encabezados por Florentino y con “Dédée” detrás, se dirigen, de noche, hacia el Bidasoa al que llegan después de unas cuatro horas de marcha. Atraviesan el río, unos detrás de otros a la altura de “San Miguel”, la antigua estación del ferrocarril del Bidasoa, que todavía hoy en día puede verse antes de llegar a Endarlaza (a la izquierda de la carretera viniendo de Irún, aproximadamente en el Km. 83 de la N 121 de Irún a Pamplona) y, una vez allí, suben rápidamente en dirección a Oyarzun, hacia Pagogaña y Erlaitz, adonde llegan generalmente extenuados.

La siguiente etapa es llegar a Oyarzun y de allí a Rentería donde cogerán el tren que les conducirá a San Sebastián. Aquí, en casa de Aracama, podrán considerarse ya a salvo. No hay que olvidar que la vigilancia en esta época era muy fuerte en orno a la muga. Por un lado los alemanes vigilaban las orillas del Bidasoa, y por otro la Guardia Civil establecía severos controles y patrullas volantes que recorrían los montes de la comarca.

Pero antes de bajar al pueblo debían recorrer todavía un camino que si no era muy largo les parecía, en el estado en que se encontraban, interminable. Desde Pagogana se dirigían, coincidiendo con lo que hoy es carretera de Irún, Hacia el llamado “Castillo del Inglés”, (antiguas instalaciones de una compañía minera), siguiendo por lo que entonces era una pista para carros de bueyes, hasta que en un momento dado, en el punto denominado Bostbidieta, emprendían el descenso bordeando el montículo de Urkullu hasta llegar al caserío “Sarobe” del barrio de Ergoien, también conocido con el nombre de “Xagua”. Aquí, “Dédée” y Florentino, con sus aviadores, hacían un alto ya que sus habitantes estaban en la conspiración y colaboración con “Comète”. El dueño actual del caserío, Paco Iriarte Recalde, que era un niño de 8 años en aquel entonces, recuerda todavía aquellos tiempos en que “Dédée”, a la que llamaban “Pescadilla” por su delgadez y porque parecía emerger del Bidasoa, llegada de noche a “Sarobe” con Florentino y los aviadores.
Estos, agotados y con los pies hinchados, descansaban un rato sumergiendo sus pies en baldes de agua con sal. No puede olvidar cómo, una vez, “Dédée” le dio 10 pesetas, cantidad considerable en aquella época para un niño, para que no dijese nada de lo que allí veía. En otra ocasión oyeron fuera, en la noche, un ruido sospechoso y los aviadores y Florentino se tiraron por la ventana del caserío a un campo de maíces cercano. Fue una falsa alarma aunque más tarde sí vinieron dos policías secretas a visitar el caserío y recuerda cómo les vieron las placas en un movimiento de la chaqueta de uno de ellos. En aquellos tiempos vivían en el caserío sus tíos Manuel Iriarte Berasategui, Francisco Iriarte Berasategui y sus hermanos Regina Y Fermina.

Los fugitivos traían con frecuencia las alpargatas que se habían puesto al comenzar el trayecto, en Urrugne, completamente destrozados por lo que tenían que cambiarlas por otras nuevas. Para ello debían comprar muchos pares, cosa que los de “Sarobe” hacían por diferentes tiendas con el fin de no llamar la atención. En cualquier caso aquí no paraban mucho tiempo. Era justo un alto antes de descender hacia Oyarzun.

La siguiente etapa era bajar a Altzibar para lo cual se contaba con la colaboración de la familia Garayar que tenía casa en el barrio. En ocasiones era el mismo Florentino quien bajaba de “Sarobe” a Altzibar para avisar a los Garayar. En otras ocasiones mandaba a alguien del caserío con el aviso con el fin de ver cómo estaba la situación en lo que se refería a la vigilancia y patrullas de la Guardia Civil. Luego subía de Altzibar alguien de la familia Garayar, para recoger a los aviadores. Una vez abajo éstos se refugiaban en la casa llamada “Bastero-Berri”, también conocida como “Torre”, donde Pedro Arbide Martiarena, natural de Oyarzun, del caserío “Aldako”, y María Garayar tenían una especie de bar-fonda o sidrería. Esta última, cuyo nombre completo era María Garayar Recalde (1894-1984), del caserío “Lizarraga” de Hernani, era la que llevaba los contactos con “Comète” ya que su marido Pedro se mantenía al margen.

En ocasiones, Venancio y algunos de sus hermanos acompañaban a los aviadores-generalmente dos o tres- en bicicleta hasta Rentería, aprovechando la hora en que muchos oyarzuarras marchaban a trabajar a la Villa vecina también en bicicleta, medio de transporte entonces mayoritario, con lo que no llamaban la atención al pasar el cruce de Larzábal donde se encontraba el control de la Guardia Civil. Otras veces, para evitar el cruce de Larzábal salían hacia Rentería por Arizabalo y mármoles “Ureche”, para salir a la CN-1.

Una vez que los aviadores cogían el tranvía para San Sebastián, Venancio Arbide dejaba las bicicletas en casa de sus tíos de Rentería. Aquí, su tía María Arbide, hermana de su padre Pedro, regentaba junto con su marido Ignacio Urbieta una tienda de ultramarinos en la calle Viteri (donde se encuentra hoy día la pastelería Lecuona). Más tarde, Venancio cogía las bicicletas y las volvía a llevar a su casa, en Altzibar.

Colaboraba en estos menesteres con la familia Arbide-Garayar, Severino Ortego, taxista, natural de Oyarzun pero residente en Rentería. Su padre había sido carabinero y él, para librarse del servicio militar, había ingresado en la Guardia Civil, donde sirvió durante un tiempo. Parece ser que esto le sirvió posteriormente para conseguir información útil. Utilizaba su taxi para transportar a los pilotos aliados y, a menudo, iba por la carretera de Astigarraga para evitar el cruce de Ugaldetxo y Larzábal. En cierta ocasión se enteró de que había un chivatazo y que la Guardia Civil le estaba esperando. En efecto, fue detenido en un control pero el taxi iba vacío. Tampoco encontraron nada en “Bastero-Berri”, en Altzibar.

Justo al lado, en la casa llamada “Bastero-Txiki”, que era la antigua escuela de Altzibar, vivía un hermano de María, Francisco Garayar, conocido también como “Paco” o “Patxi” (fallecido en 1981), casado con Claudia Escudero, natural de Oyarzun, del caserío “Arizluzieta Goikoa”, en la carretera de Artikutza. El matrimonio tenía entonces cinco hijos. Todos estaban en el secreto y colaboraban con “Comète”, junto con sus parientes y vecinos.

María Luisa Garayar, hija de Francisco y Claudia, que actualmente vive en Hendaya con su madre, recuerda aquellos tiempos en que con apenas 14 años ayudaba a su padre a transportar a los aviadores hasta Rentería. Recuerda cómo, una vez, recogieron a seis aviadores en “Sarobe”, -cuando sonaba la primera misa en la iglesia de Oyarzun. Su padre les hacía correr pero ellos no podían porque estaban muy cansados. A la altura del caserío “Fortaleza” uno de ellos se perdió. Francisco Garayar le anduvo buscando pero no logró encontrarle. Marchó hacia el pueblo y allí, justo a la entrada, se lo volvió a encontrar, con gran alivio para todos.

Los hijos de Pedro Arbide y María Garayar recuerdan también aquellos tiempos pues varios de ellos colaboraron en la actividad de su madre María en ayuda a “Comète”. En aquella época eran siete hermanos: Juanita, Luciano, Manuel (único fallecido), Venancio, Vicente, Nicolás, María Teresa. A “Bastero-Berri” llegaban los aviadores desde “Sarobe”, donde descansaban y comían algo. En ocasiones llegó a haber 12 hombres y aunque generalmente salían para Rentería a la mañana, alguna vez llegaron a pasar la noche en espera de condiciones favorables para el desplazamiento. Otra vez los aviadores tuvieron que ocultarse en un maizal cercano y permanecer allí toda la noche esperando que pasase la alarma mientras alguno de los hijos les llevaron tortilla de patatas que británicos, canadienses o norteamericanos, por no hablar de los belgas, engullían con delectación.

Venancio Arbide Garayar se acuerda perfectamente de cuando “Dédée” se cambiaba de ropa en su casa de Altzibar, quitándose los pantalones y las alpargatas con los que venía del monte, para vestirse de manera más “normal” para la época con el fin de desplazarse a San Sebastián, a casa de Aracama, sin llamar la atención. También cuando le decía a Florentino: “No bebegr, Florentino, no bebegr”, conociendo la afición al alpiste del mugalari de Hernani que acostumbra volver a pasar la muga, hacia San Juan de Luz, tras largas horas de caminata nocturna, dando tumbos por los montes.

Había siempre un control de la Guardia Civil en Larzábal que era necesario pasar para llegar a Rentería. Ella, con su hermana Xele (Celedonia) iba en bicicleta por la carretera de Altzibar a Larzábal con los aviadores detrás, a cierta distancia a pie.

Cuando ellas se paraban ellos también lo hacían. El padre, Francisco Garayar “Paco”, que venía en dirección contraria, es decir, desde Rentería, se cruzaba en un momento dado con ellas y les decía cómo estaba el control de la Guardia Civil de Larzabal y si era fácil pasarlo. Al llegar por fin a Rentería María Luisa y su hermana Xele conducían a los aviadores a San Sebastián, a casa de Aracama, o en ocasiones, iban directamente a avisar al Cónsul.

En noviembre de 1943, sin que se pueda precisar la fecha exacta, la policía acudió a Altzibar. Francisco Garayar que se encontraba en ese momento en San Sebastián, fue avisado por el Cónsul y se escondió. Sin embargo, su mujer Claudia y su hermana María, junto con su marido Padro Arbide, fueron detenidos y encarcelados en Ondarreta donde permanecieron durante cerca de seis meses. Luego serían liberados sin juicio. Los cinco hijos del matrimonio Garayar-Escudero fueron repartidos entre sus parientes. El Cónsul les aconsejó que no volviesen a Oyarzun por lo que se fueron a vivir a Behobia y más tarde, hacia 1947, no sintiéndose seguros emigraron a Francia. Tras la detención de “Dédée” por la GESTAPO en el caserío “Bidegain-Berri” de Urrugne, el 15 de enero de 1943, fue su compañero Jean-François Nothomb, conocido por el seudónimo de “Franco” quien le sustituyó y dirigió los viajes hacia Oyarzun, haciendo el mismo recorrido.

En la imagen, a la entrada del caserio “Sarobe” del barrio de Ergoien: De pie de izda. a dcha.: Adolfo Leibar, Paco Iriarte y su mujer y, con abrigo, Maria Luisa Garayar. Agachados: Juan Carlos Fernández de Aberasturi y Jean-François Nothomb “Franco”.

Éste recuerda, sin embargo, cómo en ocasiones, dependiendo de las condiciones de seguridad, variaban algo el itinerario. Esta variación se desarrollaba sobre todo en el camino de Altzibar desde dorxle, para evitar la carretera, cruzaban el río Oyarzun, a su margen derecha, para tomar allí la vía del ferrocarril minero que les llevaba hasta Ugaldetxo, pasando por el túnel que se encontraba en su recorrido. De esta manera lograban apartarse de los caminos habituales, más vigilados.

Esta es, brevemente, la historia de “Comète” en las mugas vascas, una historia desconocida por la mayoría, pero que ha quedado grabada en los anales de la Resistencia europea contra el nazismo.

La Red “Comète”, en cifras:

Logró salvar en total a 770 aviadores aliados de 1941 a 1944 en sus diferentes líneas de escape, entre las que se encontraban las mugas pirenaicas.

Contó, a lo largo de todo su recorrido, con 1700 agentes y colaboradores.

228 aviadores pasaron la muga vasca en dirección a Londres:
- De agosto de 1941 a agosto de 1942 -------------- 36 aviadores
- De agosto de 1942 a agosto de 1943 -------------- 76 aviadores
- De agosto de 1943 a junio de 1944 ----------------- 176 aviadores

216 miembros o colaboradores de “Comète” murieron víctimas de la represión nazi:
Entre ellos los vascos:
- Frantxia Usandizaga, de Urrugne
- Alejandro Elizalde, de Elizondo
- Manuel Larburu, de Hernani

Travesía anual conmemorativa de la red “Cométe”

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